Maternidad y el Ministerio

¡No podía evitarlo! Me encontré haciendo scroll interminablemente en Instagram, buscando todo lo que se me ocurría: “¿Cómo manejar las noches sin dormir?”, “¿Qué hacer cuando el bebé no para de llorar?”, “¿Es necesario entrenar a dormir?”. La lista seguía creciendo. Estaba desesperada por respuestas. Una mañana, mi hermana, me dijo: “¡Deja de buscar cosas en línea y decide por ti misma!”. Fue exactamente lo que necesitaba escuchar, como una llamada de atención.

Me había convertido en esa chica: preocupada, asustada, buscando en Google cada pequeño detalle y cuestionando cada decisión. Pensaba, ¿cómo iba a sobrevivir a la maternidad? Necesitaba la sabiduría de quienes ya habían pasado por esto, ¿verdad? Error. Buscar constantemente solo me hacía sentir más abrumada. Leía sobre acostar a los bebés a las 7-8 p.m., pero justo a esa hora es cuando tenemos nuestros servicios de iglesia y compromisos ministeriales. La presión de tratar de encajar en un molde que no se adaptaba a nuestro ritmo de vida era insoportable.

Ahora, ya no busco cosas como antes. He aprendido a confiar en las personas que Dios ha puesto en mi vida: mi mamá, que siempre está a una llamada de distancia, y mis amigas que están caminando conmigo en este viaje de maternidad. Ellas son las voces de experiencia que necesito ahora. Esa noche, mientras me acostaba, sentí el corazón pesado. Cuestionaba todo, incluso mi llamado. Pensé, “Tal vez es momento de dejar el ministerio. ¿Cómo voy a criar bien a mis hijos mientras hago lo que amo, que es liderar personas y estar en la casa del Señor?”

Entonces recordé mi propia infancia. Mis padres nos llevaban a todas partes. Noches largas, servicios interminables, reuniones, y aun así, nunca nos sentimos privados. Siempre nos hicieron sentir seguros, no por lo que teníamos, sino por quiénes teníamos. Proverbios 22:6 dice, “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” Mis padres vivieron esto, mostrándome que estar en la presencia de Dios como familia era el regalo más grande.

También veo a mis amigas en el ministerio, que parecen caminar este viaje con tanta gracia. Llevan a sus bebés con ellas, están plenamente presentes con sus hijos y, a la vez, comprometidas a servir a los demás. Esa es la madre que aspiro a ser: una que ama y guía a sus hijos mientras también guía a otros en la fe.

Dios nos ha llamado a amar y cuidar a estos pequeños humanos preciosos, y también nos ha llamado a servir en los lugares donde Él nos ha puesto. No se trata de elegir una cosa sobre la otra; se trata de integrar ambas. Isaías 40:11 nos recuerda: “Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas.” Este versículo me consuela, recordándome que Dios nos guía con suavidad, especialmente en nuestros roles como madres.

Cada día, me doy cuenta de que todos hemos recibido algún tipo de liderazgo en esta vida, ya sea en el ministerio, en la maternidad, en los negocios o como estudiantes. Dondequiera que te encuentres, estás llamada a liderar en tu ámbito. No hay nada más gratificante, lleno de vida o eternamente significativo que liderar nuestras vidas para el Señor. Colosenses 3:23-24 dice: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”

Así que sí, nuestra vida puede verse diferente a la de la vecina de al lado. Pero nuestro Padre nos ha dado un propósito mucho más grande de lo que podríamos imaginar. Estamos criando a la próxima generación, sirviendo a Su reino y cumpliendo el llamado más grande de todos: vivir una vida que apunte a Jesús.

En esta mezcla hermosa y caótica de maternidad y ministerio, estoy aprendiendo a confiar en que la gracia de Dios es suficiente para mí 2 Corintios 12:9 Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Él está con nosotras en cada paso del camino, equipándonos para liderar con amor, sabiduría y fuerza, tanto en nuestros hogares como en los lugares donde nos ha llamado a servir.


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